¿Contribuye la empatía del médico a la curación del paciente?

Si usted se mueve en el entorno médico-sanitario, le habrá llegado seguro, por una vía u otra, esta idea. Y de forma especialmente intensa en los últimos tiempos.

Son numerosos los estudios aparecidos en los últimos años en diversas revistas de reconocido renombre (como la Patient Education and Counseling (PEC), The Annals of Family Medicine, etc.), que dicen demostrar que los pacientes que perciben a sus médicos como más empáticos tienden a mejorar más rápido y experimentan síntomas menos agresivos.

Y, sin embargo, la empatía es un concepto con implicaciones emocionales profundamente complejas (según la RAE significa “capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos”, casi nada) y, en consecuencia, altamente “elusivo” para los profesionales médicos por la potencial “exposición emocional” que podría suponer para ellos y los daños (quizá difícilmente reparables) que esto les podría causar.

Junto a ello, no deja de sorprender cómo en la práctica totalidad de artículos o estudios que tratan sobre la necesaria empatía de los médicos, lo que aparecen inevitablemente son personas del colectivo tocando con sus manos las manos de los pacientes y/o mostrándoles una flamante sonrisa. ¿Quién ha establecido que tocar y/o sonreír al paciente es ser más empático?

Lo cierto es que se cuentan por cientos las obras que tratan de explicar el significado real de la empatía. Hay quién habla incluso de la necesidad de diferenciar entre una “empatía cognitiva” y una “empatía emocional” o entre una “empatía seca” y una “empatía mojada”. Un lío en el que, claramente, no hay quién se aclare, vamos. Y si es poco claro su significado, no hablemos ya sobre cómo conseguir que los profesionales sanitarios de todo tipo la “adquieran” a través de procesos formativos. Una verdadera utopía con tan poca claridad en el concepto de partida.

Donde sí parece haber muchísima más claridad (y, sin embargo, mucha menos difusión) es en cuál es el proceso comunicativo a través del cual nos conectados genuina y efectivamente a otras personas. Tal y como nos contó Paul Watzlawick en su Teoría de la Comunicación Humana en su segundo axioma, “toda comunicación tiene un aspecto de contenido y un aspecto relacional, tales que el segundo clasifica al primero y es, por tanto, una metacomunicación”. Así el aspecto relacional, es decir, interpersonal de la comunicación es clave. Y otros investigadores de reconocido renombre talles como Amy Cuddy, investigadora de Harvard, han profundizado en este aspecto relacional de la comunicación. Ella sostiene haber demostrado que se produce una conexión comunicativa entre dos personas si se establece, en el primer contacto (en primera impresión), un espejado de su lenguaje no verbal (y de su paralenguaje). Eso es, según parece, lo que nos hace determinar, en una primera impresión, si una persona es confiable o no. Y la percepción de confiabilidad en una persona es lo que en primera instancia nos conecta con ella (o nos desconecta). Y, en segundo lugar, cuando ya se ha establecido una canal de comunicación fiable, es preciso poner en juego la competencia técnica, juego en el que entran en acción las habilidades comunicativas o conversacionales, ahora ya sí, vinculadas al lenguaje verbal (las palabras pueden acariciar o dañar, según como se usen).

Y esto sí sabemos cómo trabajarlo exactamente los profesionales especializados en comunicación humana con los profesionales sanitarios.

Quizá ya vaya siendo hora de dejar de tratar de desenmarañar el complejo hilo de la empatía y poner foco en dotar a los profesionales médico-sanitarios de habilidades y herramientas comunicativas de probada efectividad que sí pueden hacer suyas de forma ágil (de la mano de los expertos adecuados, claro) y que, redundan de forma directa en una comunicación altamente efectiva con los pacientes (y demás personas de su entorno), que es la base de toda conexión humana productiva.

¿Quiere que le ayudemos a poner todo esto en práctica en su organización médico-sanitaria?