
Acabo de ver, por indicación (no médica) de mi socia, la Dra. Marta Pastrana, la película “Dolor y Gloria” (2019) de Pedro Almodóvar, ganadora del Goya 2020 a la mejor película y elegida mejor película del año 2019 por la revista Time.
Sin ánimo de hacer spoilers sobre la película, sí diré que es inevitable ver en ella una “autoficción” de la propia vida del director, en una fase de crisis creativa y cierta decadencia.
Pero hoy la traigo aquí porque creo que vale la pena reflexionar sobre una escena médico-paciente que tiene lugar en ella, entre el protagonista, el director de cine Salvador Mallo (alter ego de Pedro Almodóvar) y el Dr. A. Galindo, especialista en medicina del dolor.
Es preciso tener en cuenta que, bastante antes de esa escena, Salvador le dice a su asistente personal, Mercedes, que no quiere volver a saber nada de ningún médico. Sin embargo, un acontecimiento casual, la visita inesperada de su ex_amante Federico, el recuerdo del amor que compartieron y la perspectiva de poder recuperar su contacto 30 años después de su separación, parece hacerle recuperar la ilusión por vivir. En cuanto Federico se va de su casa, Salvador llama a Mercedes para pedirle que le concierte cita con el doctor lo antes posible.
Reproduzco aquí el diálogo que tiene lugar entre ellos en la consulta, en presencia de Mercedes (aunque recomiendo verlo, dado que las interpretaciones, los matices del lenguaje no verbal de los actores no tienen desperdicio):
Dr. A. Galindo (Dr. G, en adelante): “Cuéntame, Salvador”.
Salvado Mallo (SM, en adelante): “Los dolores de espalda me están machacando. La oxicodona casi no me hace nada”.
Dr. G: “Pues habrá que cambiarte de analgésico”.
En ese momento el doctor se pone a consultar el historial de Salvador en el ordenador. Al ver el tiempo que hace que no le visita…
Dr. G: “¿Cómo no has venido antes?”.
SM: “Estaba muy bajo de ánimo”.
Mercedes: “Sí, estaba muy deprimido”.
Dr. G: “Y, ¿qué has hecho para controlar el dolor?”
SM: “He empezado a tomar heroína”.
En este momento se produce un largo silencio, a continuación del cuál el doctor sigue…
Dr. G: “Y, ¿piensas seguir tomando?”
SM: “No, por eso estoy aquí”.
Nueva pausa y de nuevo el doctor continúa…
Dr. G: “¿Con qué periodicidad estabas tomando?”
SM: “Cada dos o tres días. Al final, un día sí y otro no. Fumada en chinos”.
Dr. G: “¿Cuándo has tomado por última vez?”
SM: “Antes de anoche… ¿Voy a tener síndrome de abstinencia?”
Dr. G: “Un poco… pero con una desintoxicación compasiva y controlada no vas a sufrir”.
SM: “¿Compasiva y controlada?”
Dr. G: “Sí, así se llama… ¿Tienes a alguien que te asista?”.
Mercedes: “Sí, sí, yo voy a estar con él”, interviene de inmediato su leal asistente.
Dr. G: “Y, ¿cómo has controlado este día y medio que no has tomado?”
SM: “Con ansiolíticos… y una voluntad férrea”.
Dr. G: “Pues esa voluntad de hierro la vas a seguir necesitando, porque tu mente ya conoce el efecto de la heroína y eso es algo que no se olvida… ¿Sigues con el Pastivi para la cabeza?”
SM: “Sí, y con todo lo demás… para el asma, la tensión, el insomnio… Pero sobre todo necesito que me ayude con los dolores de espalda. Y que ponga un poco de orden en todo lo que tomo. También con las migrañas. Los dolores de espalda y de cabeza (profundo suspiro), me paralizan totalmente”.
Dr. G: “Entiendo… ¿Tienes algún proyecto Salvador?”
SM: “Sí, mejorar mi calidad de vida…”
Dr. G: “Me refiero al trabajo… te vendría bien estar ocupado… ¿No lo echas de menos?”
SM: “No hay un solo día que no piense en ello. Pero la cuestión no es si lo echo o no de menos… El cine es un trabajo muy físico y desgraciadamente yo no estoy en condiciones. En realidad, ese es mi gran problema”.
Dr. G: “Hay gente que está peor que tú y sale adelante…”
SM: “Lo sé, lo sé… pero yo no he sido capaz. Mi madre murió hace 4 años. Dos años después me operé de la espalda. Creo que todavía no me he recuperado, ni de una cosa ni de la otra. Necesito ayuda doctor”.
Este diálogo, muy pausado y con profundos silencios intercalados, dura exactamente 3 minutos y 10 segundos (se puede comprobar en la película fácilmente).
Sólo 3 minutos y 10 segundos, en los que Salvador Mallo “se desnuda” (y no físicamente) ante su médico, gracias a que éste pone en acción de forma magistral 3 habilidades clave del lenguaje verbal: la pregunta potente, la escucha empática y, sobre todo, la comunicación no violenta.
Y es que no hay un solo momento en el que el doctor le juzgue explícitamente, le recrimine o actúe de forma paternalista con él al saber que ha dado un peligrosísimo paso entrando en el mundo de la heroína. Simplemente hace preguntas. Las justas, precisas y adecuadas. Y escucha. Escucha estando plenamente (y exclusivamente) centrado en su paciente y en lo que le está contando. Y es que realizar una escucha empática nada tiene que ver con estar callado mientras el otro habla. No. Tiene que ver con encontrar las preguntas exactas que impulsen al otro a hablar, a desbloquear ideas que probablemente de otra forma no hubiera podido expresar. Si se revisa el diálogo (por eso lo he querido transcribir), se ve claramente como además es Salvador el que más habla. Pero es el doctor el que mantiene el control sobre la evolución de la conversación. Sólo haciendo las preguntas adecuadas. Y a hacer todo esto, se aprende.
Y muchos probablemente diréis “bah, es ficción, eso no pasa en una consulta real. Además, ya conocía al paciente. Con un paciente nuevo eso es imposible”. Ya, es un tipo de respuesta con la que me encuentro habitualmente entre el colectivo médico.
Para profundizar aún más en ello y en su potencia real, explicaré una anécdota personal.
La semana pasada una buena amiga mía me convocó a una cena sorpresa, primera post-confinamiento y solo de mujeres. “Necesito que traigas 3 ejemplares de tu libro Venta Positiva, por favor”, me dijo. Y nada más. Supuestamente cenábamos ella, otras 3 mujeres y yo, pero ni una sola pista ni de quiénes eran ni del objetivo o la razón de la cena. Bueno, ella es así y ¡es maravillosa justo por estas cosas! Acepté encantada la propuesta, claro.
Yo, por supuesto, como un médico que jamás, en ninguna situación, puede dejar de serlo, llevo conmigo en plena conciencia y de forma totalmente natural todas mis habilidades comunicativas adquiridas y trabajadas a lo largo de los años.
La cena resultó ser un encuentro con 2 mujeres más (la tercera no pudo venir), realmente excepcionales y extraordinarias. Y sin conocernos de nada, yo personalmente disfruté de una sorprendente, divertidísima, inspiradora, intensa e íntima conversación. Sobre todo, muy íntima. Hasta niveles difícilmente imaginables entre desconocidas.
Salí de la cena con la sensación de que, a pesar de seguir siendo unas grandes extrañas, entre aquéllas 4 mujeres habíamos creado un vínculo con un nivel de confianza que quizá no tienen (ni llegarán a alcanzar nunca) otras personas que se conocen desde hace años.
Y con todo mi amor y humildad, recordé para mí dos frases que tengo el increíble privilegio de recibir de forma relativamente habitual en mi día a día personal y profesional. Una es “gracias, me has cambiado la vida”. Y la otra es “no sé por qué, pero a ti te he contado cosas que nunca antes me había atrevido a contar a nadie más”.
Y todo esto me lleva nuevamente a la anamnesis del Dr. A. Galindo. ¿Es posible establecer un alto nivel de confianza que posibilite una comunicación efectiva hasta los niveles vistos, incluso con nuevos pacientes y en un tiempo realmente limitado? La respuesta es, sin duda, sí. Eso sí, hay que aprender a hacerlo, claro.
Tal y como nos cuenta el conocidísimo Dr. Pedro Laín Entralgo en uno de sus muchos libros, en este caso en “El médico y el enfermo”, en la antigua Grecia había fundamentalmente dos tipos de medicina: la medicina de los hombres libres y la medicina de los esclavos.
Cuando los enfermos eran esclavos, la “medicina” era ejercida por los esclavos de los médicos, que prescribían lo que la práctica rutinaria les indicaba, sin dar ni recibir aclaración alguna sobre la enfermedad. Es decir, de forma totalmente “mecánica”. Para cada dolencia, su remedio habitual. Sin más.
Sin embargo, cuando el enfermo era un hombre libre (y, dicho sea de paso, adinerado), el médico aplicaba lo que se denominaba la “medicina psicológica”, recluyéndose incluso durante algunos días con el paciente para conocer en profundidad las posibles causas de sus dolencias. Se establecía así una relación, un vínculo intelectual entre el médico y el paciente, que requería de una participación activa también de este último, que adquiría además una cierta “educación médica” para su propio autocuidado.
¿Dónde voy con esto? Me temo que es preciso decir que hoy en día se practica mayoritariamente medicina de esclavos y no medicina de hombres o de mujeres libres.
Por tanto, una nueva anamnesis no sólo es posible, sino que es absolutamente necesaria.
Y es que, además, el caso de Salvador Mallo, como dice mi socia, “es de libro”, con una infinidad de dolencias que, de tan comunes, asustan.
No hay más que consultar la lista de las Top Nine enfermedades crónicas en España (¡y que son prácticamente las mismas en todo en el mundo!). Salvador Mallo las tiene casi todas.

Muchas de ellas son enfermedades de origen psicosomático y representan, atención, más del 80% de las consultas que se realizan en la Atención Primaria. Más del 80% del total de consultas. Tremendo, ¿no?
Winston Churchill en uno de sus famosos discursos preparatorios de la nación de Junio de 1940, ante el acoso nazi que se les venía encima, dijo “ésta será la gran hora del Imperio Británico”. Y vaya si lo fue.
Quizá ante esta crisis sin precedentes, nuestra sanidad esté también ante “su gran hora”. En nuestra mano está seguir aplicando medicina de esclavos tratando de curar enfermedades (que no personas) o decidir cambiar vidas. Una anamnesis distinta, basada en el desarrollo y la puesta en acción consciente de las habilidades comunicativas clave, puede contribuir a ello.
Por supuesto, si quiere hacerlo, sabemos cómo acompañarle en ese camino.
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